Por: Jaime Nicasio-Hotesse
Especial para IslaNewspr
Cae la tarde en el barrio Esperanza de Arecibo. Lugar que al parecer quedó en el olvido.
Mientras los medios nacionales e internacionales salen del destruido Radiotelescopio Ionosférico de Arecibo, René ve los suntuosos vehículos con antenas en su techo mientras se da un trago de cerveza. A sus 57 años de edad, el tiene la misma edad del aparato que cayó en días recientes.
“Recuerdo cuando nos dejaban a nosotros entrar a la piscina, yo era un chamaquito”, nos dice René. “Ya esto no era lo mismo que antes”.
Habla sobre los accidentes que hubo en todo el tiempo de construcción del radiotelescopio, el cual fué en algún momento el más grande del mundo.
“Hubo un gringo que trabajaba haciendo la Torre 8 (misma que alegadamente cedió durante el día y causó el colapso). El andaba en un digger (retroexcavadora), y quedó guindando de una montaña. No se mató porque Dios es grande. Ese hombre cuando se salvó, arrancó para Estados Unidos asustado. Dijo que nunca más regresaba”, expresó el trabajador de la construcción ya retirado.
“Mi papá trabajó ahí, y yo trabajé ahí. Me da pena ver esto, porque al menos se veía movimiento dentro del barrio”, nos señala, al tiempo de que nos cuenta de una pelea épica que hubo dentro de la antena del Observatorio, allá para los setentas. “Un primo mío se fajó allá arriba con un compañero, y quedó guindando. Te lo voy a llamar para que te cuente”.
DETERIORO ECONÓMICO
Sylvia González es administradora de un colmado llamado “La Familia”, el cuál suple a una población de poco menos de 1000 personas. El colmado, siempre lleno, es un referente en Esperanza.
Hoy ve minados sus anhelos de quizás poder regresar a aquellos tiempos, donde la bonanza era gigantesca.
“Esto fué por falta de mantenimiento” asegura Sylvia, quien vé en su barrio la falta de trabajo que traerá esta fuente de 130 empleos directos.
“La economía se va a ir al piso, aunque ya nosotros estábamos igual (desde el huracán María)”. Frente al colmado quedan las vetustas facilidades de la cancha bajo techo del barrio, y lo que era la Escuela Segunda Unidad Diego Bravo, la cual se ha convertido en hacinamiento de equinos.
Interrumpe René con “Esto está así desde antes de María. Antes habían 4 o 5 negocios antes de llegar al Radar. Hoy no queda uno”.
LA OPINIÓN JOVEN
Michael Mangual es un residente de Esperanza, quien se crió dentro del “boom” de turistas los cuales visitaban las facilidades del Observatorio. Ahora mismo contempla las calles vacías.
“Esto se fastidió”, dice apesadumbrado pero en buenos ánimos Mangual. “Aquí la gente que buscaba el Radar se perdía en el camino, y pidiendo direcciones se paraban en los negocios, consumían. La economía se movía en el barrio”, nos explica.
Al decirnos que no cree que este Observatorio se repare, lamenta el nunca haber podido verlo en persona. “Soy de aquí, y nunca pude ir. El día en que iba estaba en reparaciones”, expresó.
En eso llega René con lo prometido.
PESO Y POCO MANTENIMIENTO
Don Jaime Orta sabe más que nadie en el barrio todo lo sucedido dentro del Observatorio. Ya con 75 años de edad, estuvo trabajando en el desde su construcción.
“Recuerdo a la Windham sacando tierra, y luego la Sanford haciendo la Torre 1. El triángulo y el azimut era de parte de Arada Corporation”, explica sin perder un solo detalle. “Mister Matías era nuestro jefe. Era cubano, pero le teníamos que hablar de Mister”.
Sin fallar en relato nos dice que comenzó a laborar allí el 28 de diciembre de 1968, y culminó labores el 29 de junio de 1979 cuando salió debido a un accidente. Don Jaime quedó colgando a unos 400 pies de altura, cuando lamentablemente tuvo un traspiés encima de los cables del Observatorio. Esto literalmente le destrozó sus costillas, debido a la fuerza del arnés al sostenerlo desde tan gran altura.
“No fue una pelea como te dijo mi primo René, fue un malentendido allá arriba”, quien se desempeñaba en labores de mantenimiento. “Había gente muy lenta, y siempre teníamos discusiones allá arriba”, hablando de la antena la cual se elevaba a unos 750 pies de altura.
Nos cuenta Don Jaime que para el hubo una combinación de factores para la caída de la antena. “El peso mal distribuido, más el poco mantenimiento. Eso es todo”; dice con seguridad. “Si ahí estuviera la gente de antes (refiriéndose a la Uniersidad de Cornell, antiguos administradores del Observatorio) eso no hubiese pasado. Ese Domo Gregoriano era algo sobrenatural”, dice con algo de pena en su hablar.
Luego de recordar la vez en la cual salvó de la muerte a su compañero de Barceloneta Pedro Sánchez de morir aplastado por los cables del carro que lleva a los trabajadores desde y hacia la antena, Don Jaime culmina su conversación con tono enérgico, pero con mucha alma. Como a quien le hubiesen matado a un ser querido.
“Yo me siento orgulloso de haber trabajado con tanta gente buena, que lo dió todo por hacer esto”.
Se monta en su vehículo sueco, datado de los noventas, y sigue camino soturno a su casa. Quizá pensando en sus tiempos dentro del Radar. Eso no lo sabremos…
(Dedicado al Barrio Esperanza de Arecibo. Fuerza, y sobretodo Esperanza)