Nadie con sentido crítico avanzado podrá negar que los primeros cuatro años de Donald Trump en la Casa Blanca fueron muy positivos para Estados Unidos
Cuando Donald Trump anunció el 16 de junio del 2015 en Nueva York que se postulaba a la Presidencia, muchos —tanto en el partido republicano como en el demócrata— no lo tomaron en serio. Sin embargo, otros, para bien o para mal, sí vieron el potencial del entonces empresario, e inmediatamente lo asumieron como una amenaza existencial, por lo que dedicaron cada segundo del resto de sus vidas a tratar de destruir a quien posteriormente se convertiría en el presidente número 45 de Estados Unidos.
Cuando corría el año 2016, Trump se presentaba como un candidato anti-establishment que pondría orden en Washington, prometía “drenar el pantano”, acusaba a la clase política de destruir a la nación, se autocalificaba como inmanejable, y aseguraba que, en consecuencia, la prensa iría en su contra. Tenía razón. Casi todas sus profecías se hicieron realidad: desde que llegó a la Casa Blanca no pasó un día en que no fuera satanizado. Hiciera bien o mal las cosas, cada uno de los 365 días del año el mainstream media encontraba una historia horrenda del entonces presidente republicano para mostrarle a millones de espectadores en todo el mundo.
A pesar de las adversidades, Donald Trump mantuvo un muy buen gobierno. Sus números a nivel económico eran irrefutables, y sus labores de política exterior habría que enmarcarlas. No inició ninguna nueva guerra y logró cerrar acuerdos de paz en el Medio Oriente con los que nadie había soñado en los últimos años. Hasta que llegó la pandemia de Covid-19 y las cosas cambiaron para siempre: la pujante economía se detuvo, izquierdistas radicales comenzaron a incendiar las calles del país tras la muerte de George Floyd, y el mainstream media conspiró para ocultar información muy importante sobre la familia Biden con el propósito de sacar a Trump del poder.
Nadie con un sentido crítico avanzado podrá negar que los primeros cuatro años de Donald Trump en la Casa Blanca fueron muy positivos para Estados Unidos. Al mismo tiempo, nadie podrá negar que el Trump del 2023 avergonzaría al líder resuelto del 2016.
Aquel hombre valiente que en el 2016 enfrentó con energía al establishment político y el mainstream media, hoy parece sentirse fuertemente amenazado por la presencia del gobernador de Florida, Ron DeSantis. Es tal su fijación, que no pasa un día sin que critique al gobernador republicano más exitoso de las últimas décadas. En lugar de elogiar al regente de Florida y retarlo a competir por el ticket republicano, Trump ha iniciado una campaña de desprestigio en su contra que, por momentos, pareciera afectarlo más a él que al propio DeSantis. Una campaña con ataques bajos fuera de lugar, y mentiras que solo un fanático muy enceguecido podría creer, como cuando alegó que DeSantis estaba a favor de la cuarentena, que es un globalista, o que es tan solo un RINO más.
Los ataques de Trump contra DeSantis no solo son lamentables porque se basan en mentiras, sino porque ha llegado al extremo de elogiar a demócratas e incluso, a citar artículos de Joy Reid y el mainstream media, o de instituciones financiadas por George Soros, con el propósito de atacar la gestión del gobernador de Florida, ridiculizando cada vez más su propia figura.
El expresidente y sus allegados se han puesto incluso del lado de grandes corporaciones que impulsan agendas progresistas e ideología de género, como Disney o Budweiser, solo para tratar de destruir la imagen de DeSantis.
Que quede claro: este artículo no es en lo absoluto una defensa del Gobernador DeSantis, sino una crítica al comportamiento errático de Trump: un Trump que avergonzaría al Donald del 2016, que no temía a nada ni nadie, que no defendería a compañías impulsando la ideología de género, y mucho menos desperdiciaría su tiempo tratando de destruir a posibles aliados políticos, en lugar de enfrentar a los demócratas, que tanto daño han hecho al país, especialmente en la última década.
Las descalificaciones del exmandatario al gobernador de Florida, ciertamente lo lastiman más a él que al propio DeSantis, y por si fuera poco, muestran al antiguo residente de la Casa Blanca como una persona insegura, incapaz de batirse honradamente contra quien fuera uno de sus discípulos políticos. Si trasladáramos este escenario al mundo del deporte, sería el equivalente de que Rafael Nadal le pidiera a Carlos Alcaraz, la presente y futura promesa del tenis mundial, que dejase de jugar hasta que él se retire por “respeto” a su estatus.
Lejos de intentar destruir a DeSantis, Trump debería invitarlo a un partido de cinco sets, incitarlo a debatir, a intercambiar ideas. Debería, en suma, demostrar con hechos, palabras y una campaña bien elaborada, que él está mejor preparado que el gobernador de Florida para llegar a la Casa Blanca. Sin embargo, sus acciones hacen parecer precisamente lo contrario.
Nadie pone en duda que a Donald Trump el mainstream media y el aparato político y judicial del Partido Demócrata le han jugado duro y con golpes bajos; nadie niega que su gobierno ha sido uno de los mejores en el país en las últimas décadas. No obstante, si realmente quiere volver al poder, debe hacerlo desde la fuerza de sus propuestas, y no de la lástima generada por los continuos ataques que ha recibido a lo largo de su carrera política. Este es el momento para demostrar resiliencia y no dar la impresión de que tantos golpes recibidos le hagan ahora temer enfrentarse con honra a una estrella ascendente del Partido Republicano.
La finalidad de toda persona con sentido común que viva actualmente en Estados Unidos debe ser arrebatarles el poder a las élites del Partido Demócrata, cuyas acciones están destruyendo desde adentro la primera potencia del mundo con estrategias económicas cada vez más radicales, una política exterior nefasta, y promoviendo puertas adentro la destrucción del futuro de América, de los niños del país, a través del adoctrinamiento en el sistema educativo y llamados a mutilar los órganos genitales de pequeñas criaturas que apenas aprenden a atarse los zapatos.
Para nadie es un secreto que en Estados Unidos impera un sistema bipartidista desde hace siglos, por el momento no existe una tercera opción: la única salvación puede salir hoy de las filas del Partido Republicano, y a lo que aspiramos todos aquellos que deseamos que el sentido común regrese a la Casa Blanca, es un enfrentamiento digno, de altura, en el que las propuestas políticas se antepongan a los ataques personales, para así poder elegir al mejor representante del GOP para enfrentar a los demócratas en elecciones generales.
Yo estoy convencido de que el Donald Trump del 2016 estaría avergonzado del Donald Trump del 2023. La buena noticia es que todavía tiene tiempo para redimirse; de lo contrario, los electores del GOP harían bien en darle su apoyo a DeSantis para el 2024.