Representante Edgar Robles Rivera: “Mi vida, en el caserío, nunca fue fácil, pero, aún así, logré convertirme en Representante de la Cámara”
Edgar Robles vivió capítulos que marcaron grandemente su vida, a través del amor, del sufrimiento y de la propia muerte.
(Residencial La Meseta, Arecibo) – “Orgullosamente crecí aquí, en el Residencial Público La Meseta, en el Municipio de Arecibo.
Correteaba de un lado para otro, entre los distintos edificios, con mis queridos amiguitos. Claro está, siempre con la debida autorización de mis amados padres.
El concreto era color gris, pero las vivencias tenían colores muchísimos más intensos y repletos de amor, fe y esperanza.
Sin duda alguna, mi infancia no fue nada fácil.
Aprendí a callar, cuando había gritos en el caserío, a ser muy fuerte, cuando faltaban abrazos, a seguir caminando, aunque la cuesta fuera muy empinada y me retara a ver el horizonte. Pero nunca, nunca y nunca dejé de soñar en grande y sin límite alguno. Y eso fue, quizás, mi mayor acto de rebeldía o valentía.
Mi padre ya fallecido, de nombre Juan Robles Pantoja — mejor conocido como ‘El Coquí’— tenía un silbido muy peculiar, que aún suena en mi memoria.
Era un hombre sumamente trabajador, pero con batallas internas muy difíciles de enfrentar.
El alcohol le robaba la calma y nos llenaba de muchísimo miedo. Un padre imperfecto, pero era mío. Mientras, cuando estaba sobrio, era muy afectuoso y sumamente servicial con todo el mundo.
No puedo contar nuestra historia como familia, sin ser muy honesto con lo que vivimos con él. Muchas veces el alcohol se le fue de las manos. A veces, el miedo nos hacía acostarnos temprano para evitar peleas o verlo, tristemente, borracho.
Gracias a Dios logró rehabilitarse con Alcohólicos Anónimos. Aunque el alcohol le pasó factura y falleció a causa de un fallo renal, vimos su gran deseo de cambio, y eso también es parte de lo que recordamos.
Mi amada madre, Carmen Eneida Rivera — mejor conocida como ‘Eny’ — fue, ciertamente, la fortaleza hecha mujer.
Solo llegó hasta el octavo grado, pero su gran sabiduría no cabía en ningún salón.
Caminaba conmigo largas distancias, con las bolsas de compra y la esperanza en el alma.
Me mandaba a buscar “la mestura”, eso que me pudiera sobrar del almuerzo o de lo que me daban los compañeros de clase en el comedor escolar.
En nuestro apartamento, el café se tomaba en vasos que antes tenían mantequilla. La comida se rendía con cariño e ingenio. Ella lloró, pero nunca se rindió. Y yo aprendí a no rendirme viéndola a ella.
No puedo olvidar la fatídica madrugada del 2 de junio de 2022.
Nuestra madre despertó con muy poco oxígeno, buscando aire. Mi hermano y yo le poníamos ungüento en el pecho mientras llamábamos a los profesionales de salud.
Fue una madrugada muy dura, de esas que uno no quiere revivir. Ya en el suelo, mi hermano pudo orar por ella. Y mami, como si supiera que su tiempo había llegado, le dijo a una vecina con su último aliento: “Cuídame a los dos nenes”. Ahí, en el balcón del tercer piso, entregó su espíritu. La vida nos cambió para siempre.
Desde muy joven supe que si quería algo, debía trabajar por ello. Empecé en empleos de verano y llegué a ser gerente de una tienda por departamentos que ya no existe, recorriendo pueblos como Arecibo, Hatillo, Morovis y Utuado. Cargaba no sólo responsabilidades, sino también mi historia, mi origen y mi deseo de avanzar.
Mi hermano, Norberto ‘Norbert’, el llamado ‘Barbero’, también me llevó de la mano, en todo momento, por lo que le estoy más que agradecido eternamente.
Hoy soy padre de Caleb y Débora.
Ser padre no es un título, es una promesa diaria. Ellos me han visto levantarme cansado, seguir adelante, aunque duela, poner límites y dar abrazos.
Me esfuerzo por darles lo que yo no tuve: estabilidad, presencia, respeto y amor incondicional. Aunque ya no comparto vida con su madre, mantenemos una relación muy madura y respetuosa por ellos. Porque ser padre es anteponer la responsabilidad al orgullo.
Como Representante del Distrito 14 (Arecibo y Hatillo), sigo siendo aquel muchachito del residencial. Con menos miedo, más herramientas, pero con la misma esencia de aquel ser humano.
Mi oficina no es un templo de poder, es un espacio para escuchar. No olvido lo que es vivir con hambre, ni tampoco sentir que nadie te ve. Por eso sigo cerca, camino, pregunto, abrazo y actúo.
Pero la vida me tenía reservados aprendizajes más profundos: el amor, la paternidad, la fe. Pastores como José ‘Tito’ Cabán y Sandra Mier fueron, para mí, guías y contención. Me enseñaron que el amor de padre también puede venir de quienes te cuidan el alma y que sanar es posible cuando alguien cree en ti.
Ser padre me dio propósito. Me enseñó que uno no lidera con el dedo, sino con el ejemplo. Y si algo me enorgullece, más allá de mi carrera, es que mis hijos puedan decir: “Mi papá no fue perfecto, pero fue muy valiente. Luchó y siempre estuvo muy presente en nuestra vida”.
Un padre no se define por lo que tuvo, sino por lo que está dispuesto a construir. Es puente entre el dolor que superó y el futuro que quiere dejar. Si algo aprendí es esto:
“Donde faltó ejemplo, decidí serlo. Donde hubo silencio, hoy hablo por otros. Y donde hubo carencia, siembro oportunidad”.
Este Día de los Padres me celebro, desde la humildad, no por los logros públicos obtenidos, con mucho sacrificio, sino desde la mirada de mis hijos.
De eso se trata ser padre… y de eso también se trata servir, desde la humildad, el amor y la empatía”.