Fue en enero de 2022 cuando científicos del Instituto Astronómico de la Agencia Espacial Europea hicieron público que habían descubierto un nuevo asteroide: el 2022 AE1. Se trataba, según explicaron a los medios, de un cuerpo del sistema solar del tamaño de una isla pequeña, mientras que algunos astrónomos destacaron que podría chocar con la Tierra nada más y nada menos que este verano. La fecha prevista para el supuesto impacto fue el 4 de julio de 2023.
Las observaciones iniciales del asteroide llevaron a algunos científicos a pensar en algunas opciones para desviar el asteroide debido a que su tamaño podría provocar daños catastróficos al chocar contra el planeta Tierra. Un astrónomo de la ESA, Marco Micheli, llegó a afirmar que el asteroide 2022 AE1 tenía “el rango más alto en la escala de Palermo” que él y sus compañeros había visto “en más de una década”.
El reconocido investigador dijo que en sus casi 10 años en la Agencia Espacial Europea “nunca había visto un objeto tan arriesgado. La escala de Palermo es una herramienta utilizada para indicar el peligro de impacto de los asteroides tras combinar su probabilidad de chocar contra la Tierra y la energía con la que podría estrellarse contra nuestro planeta, por lo que varias instancias se alarmaron.
Pocas semanas después, los datos recabados por la propia Agencia Espacial, apuntaron a que el asteroide pasaría este verano cerca de la Tierra, pero no tan próximo como para suponer una amenaza real.
Por su parte, Laura Faggioli, especialista en medir la trayectoria de los objetos que pasan cerca del planeta azul lo explicaba así a los medios: “Los datos fueron claros y fueron confirmados a la mañana siguiente por nuestros homólogos de la NASA. El asteroide 2022 AE1 no presenta riesgo de impacto; ahora hay que pasar al siguiente”.
Algunos centros especializados en observación de los cuerpos celestes han seguido monitoreando el asteroide que este verano pasará cerca de la Tierra y que, en enero de 2022, se había convertido en una aparente amenaza para el planeta.
Lo real es que el miedo a que llegue el fin del mundo ha existido desde siempre. De hecho, las profecías y anuncios de posibles apocalipsis se cuentan desde hace miles de años, y en los últimos tiempos, también estos temores se han adaptado a los nuevos conocimientos y a las nuevas herramientas científicas.