OBITUARIO: Rita de las Mercedes, siempre viva

 

 

Rita de las Mercedes, siempre viva

 

Le quedaban muchos besos que dar (desde marzo cuando explotó la pandemia en la isla solo los podía tirar) y tantos de esos abrazos sanadores. También las mejores habichuelas por guisar y la lasagna más sabrosa, el pedido de ropa para las ventas de diciembre en La Boutique, la cena para el cumpleaños de Pancho y de Mini que son los que faltan por celebrar este año, su aniversario 55 de bodas que sería en noviembre y ese mismo mes votar en las elecciones para sacar a los penepés de la administración, pero Rita Mercedes Arrigoitía Pargas, partió de la vida terrenal dejando muchos quehaceres pendientes, víctima de las secuelas del COVID-19.

 

Falleció el 27 de septiembre, cuando el reloj casi llegaba a las 6:00 de la mañana, en el Hospital Pavía, en Arecibo, atendida por un estupendo equipo médico comandado por Jahaira Serrano, Miguel Román y Rafi Delgado, a quienes la familia estará enormemente agradecida por el tratamiento de primera que recibió y por demostrar tanta sensibilidad, comprensión y humanismo hacia nosotros.

 

A pesar de que murió en un cuarto hospitalario al que no se podía acceder por culpa del infame virus que la atacaba, Rita Mercedes no murió en soledad. Ni por un segundo esa mujer, que fue tan bella física y espiritualmente, estuvo abandonada. Desde las creencias, vivencias y experiencias de quienes la amaban tanto, se formaron unas redes tan grandes de acompañamiento que nunca un cuarto de hospital estuvo más repleto de gente, incluso de algunos que sólo la conocieron por voz de sus hijos y amigos.

 

Se casó en noviembre de 1965 con Wilfredo Maldonado Heredia en una boda en que las madres de los novios vestían de luto por el fallecimiento de sus esposos. Rita, por ser una Hija de María llevaba una medalla del Sagrado Corazón, símbolo de un alto fervor religioso sin fanatismo que era su inspiración y fuente de luz y energía. 

 

Estableció su hogar en el mismo barrio Sabana Hoyos en Arecibo, que la vio nacer y allí formó su propia familia rodeada de los suyos, su madre Sixta (Mita, para ella), sus hermanos Mini, Hilda, Isa, Aida, Luis y Ñin. Potoco, el otro hermano, se instaló en Nueva York y el contacto venía por las cartas que Mita recibía, hasta que décadas después los hermanos pudieron abrazarse.

 

A sus 24 años, tuvo a su primera hija Rita Ivelisse. Luego llegó Wilma Ivette, siguió Wilfredo “Pancho” y Rixie Vanessa. Desde entonces, no hubo propósito más importante que esos cuatro muchachos. Cada tarea, cada inspiración, cada plan que se propuso los tuvo a ellos como su centro principal. Echarlos para adelante y que fueran profesionales, buenos padres en el futuro, pero sobre todo buenas y felices personas fue su proyecto de vida y en ese sólido hogar fue el motor y la entusiasta colaboradora de todos los proyectos de su esposo e hijos y luego de sus amados yernos y de sus dos luces más recientes, los nietos: Imanol y Mikael.

 

No fue fácil. Trabajaba ocho horas diarias en la tienda de calzados La Gloria, donde laboró cerca de 25 años. A su cargo estaba la caja principal y el cuadre diario de la tienda, además dirigía el departamento de carteras y medias y entrenaba a los estudiantes universitarios que trabajaban a tiempo parcial y la adoraban. Ello con la doble tarea que continuaba en la casa de atender cuatro hijos y un esposo. Su hora de almuerzo la tomaba al momento en que sus hijos salían del Colegio La Milagrosa, y los llevaba hasta el terminal de carros públicos que los dejaría en la puerta de la casa de Mita y Mini, quienes la ayudaban en esa tarea de criar.

 

Tras más de dos décadas de trabajo, decidió que era tiempo de realizar un sueño: tener su propia tienda de ropa y accesorios finos para mujer y levantó Pasarela Boutique, en la calle Gonzalo Marín, del centro urbano de la Villa del Capitán Correa. Era una pequeña tienda, que supo llevar con buen gusto, ética empresarial y con ese don que tenía para tratar a las personas y ganarse sus simpatías. Pronto se hizo de una gran clientela que reclamaba más espacio y mejor estacionamiento. Aprovechó la oportunidad de comprar una empresa más grande y así llegó a ser la propietaria de La Boutique, -que actualmente es la boutique más antigua de Arecibo- la cual se mantuvo administrando hasta que le sobrevino la enfermedad. Realmente ese espacio era su segunda casa, desde el cual, junto a su amada hermana, su mitad, su compañera de lucha, Mini, atendían con amor y respeto a sus queridas clientas, la mayor parte de las cuales se habían convertido en amigas entrañables. El Arecibo Country Club, que junto a su esposo llegó a presidir, fue también un espacio al dedicó energía y amor, organizando y participando de muchos eventos a los que les impartió su entusiasmo único.

 

Rita Mercedes fue muchas cosas: buena estudiante, excelente empleada, gran propietaria, esposa intachable, madre abnegada e insuperable, amiga incondicional, hija, hermana, tía y madrina indescriptible, amiga de las causas nobles y dispuesta a levantar la voz para defender la justicia; era popular de los que de verdad creen en el derecho de los puertorriqueños a tener pan, tierra y libertad, sin renegar de ninguno de esos tres principios, que algunos hoy olvidaron. Tenía un gran sentido de servicio. Desde los años que trabajó en el comercio en la avenida José De Diego -donde todos la conocían como la mujer más guapa y mejor vestida- se destacó también por ser la guardiana de los desamparados, los “loquitos/as” del pueblo, que la buscaban para que los protegiera y cuidara. Actitud que siempre mantuvo, y aún en la pandemia cargaba su guagua de comida preparada por sus manos santas para los deambulantes.

 

Cocinar era una de sus virtudes y quienes probaron su comida saben que era una verdadera maestra del arte culinario. Una de sus pasiones era reunir la familia alrededor de la mesa los domingos. Empezar la semana, después de ir a misa, cocinando para los suyos era su mayor deleite. Tristemente, un domingo, día tan especial para ella y para la familia, se apagó su vida, pero nunca se apagará la luz que dejó a su familia, amigos y a todo el que tocó. Una mujer tan extraordinaria no muere; su energía, su poder, su fuerza son tan inmensas que nos siguen dando vida y razones para continuar su obra y seguir amándola y honrándola por siempre.

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